junio 06, 2005

El veneno de la trovadora

A veces, cuando pienso en lo acaecido, veo en ello brillar el más profundo rubí del absurdo, una nimiedad tal que me hace reír a carcajadas rotas, tan ridículo me resulta. No entiendo porqué de repente muerdes y me envenenas, me haces tragar tu ponzoña, me seduces y acaricias melosa, me atacas y de muerte de hieres; no lo entiendo, mientras la distancia crece entre tú y yo que sólo haya mediado entre nosotros un beso en la mejilla y un guiño cómplice y sin embargo...

Aceptas las rosas y luego cruel las deshojas una a una tirando los pétalos al suelo, pisas sus restos y luego lloras sobre ellos. ¿Qué te hecho, trovadora? ¿Acaso mis versos desnudaron los tuyos, o acaso fue que tu baladronada fue vencida y de muerte herida por mis labios? ¿Odias acaso ser deseada, o quieres ser deseada y como una virgen en su altar de oro, ser sólo anhelada?

Dime, ¿tú también sientes? Sí, sientes, ¿pero qué sientes? ¿Acaso tus versos hablan de tí, mil gracias de tu alma me van refiriendo y sin embargo eres una mentirosa? ¿Puedes ser tan cruel con la palabra que mientes sobre tí misma y luego asiendo el amor como una daga te elevas como sacerdotisa de un culto extraño, entre humo azul y risas apagadas?

Dime, trovadora, que te he hecho. Confiesa, y al menos acaba con la incertidumbre de una noche.

Acaba ya con esta triste canción. En tus versos veo la ponzoña, huelo el veneno con el que tus labios me besan. Quita tu mano, trovadora, me quema y me da miedo. Me hace daño.

Y aquí, luchando solo cuerpo a cuerpo con la muerte, al borde del abismo, araño sombras para verte. Y ahí te alzas, orgullosa. ¡Ah! Si pudiera ahogarte como tú me ahogas..., si pudiera herirte como tú me hieres, oh, vana trovadora. ¡Aparta de mí tus versos envenenados, aparte de mí tu ánima de bardo! A soberbio, yo te gano.