noviembre 16, 2005

El otro lado del tanga de Arwen

Elehdwen apagó su brillo para mí hace ya bastante tiempo. Mi Resplandor Élfico pasó como una estrella fugaz. Como si sólo quisiera dejar grabada su lejanía el eco de su voz se niega a apoderarse por completo, aunque ahora sera frío y extraño.

Galadriel se fue, esta vez sí aceptó para sí el anillo de Sauron y se creyó una Reina. Se unió a la sombra y negándose a partir hacia al este y seguir sieendo Galadriel fue (por orgullo) derribada, vejada, como si travestida de Denethor la locura al fin la infectara y buscara un liberador y último salto desde la más alta torre de su ciudad antes blanca. O quizás… quizás todo sea un engaño y espera su momento para regresar y anegar todo en una segunda oscuridad.

Tinúviel enmudeció. Su voz calló y ya no volvió a sonar su canto en las cañadas por su Beren. El brillo de sus ojos congelado en una fotografía y sus palabras (baladas de amor) escritas con amor en sus cartas quedan como recuerdo de un romance claroscuro.

Baya de Oro dejó el valle. Ya no caminan sus pies de junco por la orilla del río gris, ni el viento que mece las hojas del viejo sauce lleva el eco de sus dulces cantos. El viejo salón no huele ya a su perfume virginal: dejó sólo recuerdos grabados en plata.

Arwen… Arwen está con otro, con su Aragorn, con su príncipe montaraz venido a menos (cuero y rock en lugar de paño y baladas, cortaplumas en lugar de espada gloriosa), anunciando placeres en su lecho (arrojando bragas a la cara). Arwen, la de ojos hermosos… Arwen no volverá.