junio 20, 2006

Mensaje en una botella.



Hay una caterva de cosas que no entiendo. Hay cientos de preguntas que me hago. Hay decenas de situaciones, de corrientes, de ideales que no comprendo. Hay demasiadas personas que no logro entender. Demasiada gente, masas anónimas o conocidas de las que no logro discernir sus impulsos o pensamientos sin perderme en la duda. A ella tampoco la entiendo. Y pongo la mano en el fuego que nadie, realmente nadie la entiende, porque los ha engañado a todos, porque en realidad, nadie la conoce; es como una sombra, siempre agazapada bajo una armadura de piel, carne y huesos que habla, se mueve, y sonríe, danzando al son de luces celestes.

Ella tampoco quiere entender nada más allá de sus fantasías rígidas e inflexibles como rocas de un acantilado. No quiere aceptar la realidad, comprender el verdadero peso de todo, las consecuencias de sus actos, aceptar que lo que hay, es lo que es. Sé que pasará el tiempo y ella seguirá en su torre, encerrada, mirando incansable por la ventana escudriñando en horizonte. Se parece mucho a aquella canción de Maná, En el muelle de San Blas; ¿recuerdan que pasó con la protagonista? Tampoco quería aceptar la realidad. También esperaría una eternidad. Se volvió loca.

Hay muchas cosas que aún no comprendo y quizás, debido a ello, debería renunciar a intentar comprenderla a ella, ínfima parte de mi vida atomizada por el vaivén del tiempo. Pero en el fondo, no puedo, y como un adicto a los enigmas, intento desvelar el incomprensible acertijo que se burla de mí en su mirada. Quizás por eso hoy lanzo esta botella al Mar de las Dudas como náufrago varado en una isla de confusión con la vana esperanza de hallar una respuesta.