noviembre 18, 2006

Tu nombre

Tu nombre, es tu maldito nombre, lo que me ahoga los latidos. No eres tú, es tu nombre lo que me debilita y se retuerce como alguna tenia caníbal e insaciable. Es tu nombre, ese maldito, odiado nombre, el que me quema las venas. Tu nombre es veneno.

Ya no he vuelto a leer aquella novela, soy incapaz de leerla sin sentir ganas de rasgar tus páginas. Uno de mis relatos favoritos, perla obligatoria para los que disfrutan de la buena narrativa, relegado al olvido del estante más inaccesible de mi habitación, por no poder soportar que la protagonista se llame igual que tú. Tu nombre me llena de ira.

Es tan sencillo… Tu nombre me emborracha de rabia.

No lo entiendes, claro. No lo entenderás, tu intelecto infantil es incapaz de comprender la magnitud de todo lo que has hecho. ¡Iluso de mí! Tengo tanta culpa como tú, por crearme ilusiones y jugar con los días que aún no he comprado. Tu nombre, tu maldito, odioso nombre, es mi gabela.

Ahora vuelas encadenada, y ríes, y me miras y me sonríes, me hablas con dulzura, una palabra como un rayo de luna, cruzando por el abismo de mis miserias. Ni siquiera sé si comprendiste mi respuesta, tu presencia era suficiente insulto como para no sentir ningún deseo de darte el placer de acudir a ti. Tu nombre es una infamia.

Tu nombre no es nada.

Tu nombre es una ilusión.


Es, sencillamente, el epíteto innecesario de la palabra más bella: Adiós.