febrero 15, 2007

Post-Valentín

Ahora ustedes se esperan que yo, sentado al teclado de mi ordenador, dedique mi tiempo a hablar de las estupideces que obra un día como San Valentín en la naturaleza humana. Y en cierto modo, podrían no equivocarse, aunque en realidad es todo estupidez concentrada en una cabeza demasiado pequeña para comprender muchas cosas. Por supuesto, que sí, auténtica estupidez bien concentrada, prensada y convenientemente aliñada para hacer una buena ensalada de ideas absolutamente intragables.

Vamos, la mente de un frustrado en toda regla, que por alguna razón (quizás disfunciones sexuales, una lengua demasiado larga, ecos entre sus dispersas neuronas, o desidia en cantidades excesivas, o quizás tan sólo consumo de alcohol a deshoras o sustancias alucinógenas concentradas en pastillitas) siente el impulso de discutir, discutir, discutir y discutir. Pero lo peor (porque tomando la discusión como diálogo establecido en dos o más partes donde los enfrentados ponen en debate un libre intercambio de ideas que pueden estar más o menos aproximadas entre sí) no es que discuta, es que lo hace por malmeter, por tocar la moral, sin venir a cuento, por dárselas de super entendido. Mirad todo lo que sé, jo-jo-jo, os he chafado la ilusión con mis profundos conocimientos sobre la vida y sus desidias. Sin dar argumentos, simplemente es que lo he dicho yo, señor del saber, el mago de las declinaciones y el héroe que va a salvar al mundo el día que nos regale uno de sus mocos milagrosos. El aguafiestas perfecto. Un puto idiota, que por lo visto no tiene nada mejor que hacer que tocar los huevos. Un Dan Brown de madrugada. Así que calma, vaquero. Vuélvete a Texas a inseminar vacas.

Y no es por nada, diría que no es por criticar, pero es por criticar: es que usted es de gelatina, Señor Cabeza. Es de gelatina...

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