julio 21, 2005

De sueños, fantasías y nostalgias.

Los sueños son algo maravilloso y a la vez, extraño. Son quiméricas realidades internas, que irreales en su manjestuosidad anhelas fantasías, vidas y sentidos. Son acordes inacabados de una música hecha por el más grandioso músico, una melodía brotada de la fantasías y esperanzas de la mente y el alma. Son, al fin, un reflejo de esperanzas y deseos que dejamos brotar.

No, no hablo de los sueños que brotan de la mente. Hablo del deseo, del sueño de conseguir algo, ese algo que como una droga invade la mente, los pensamienos y la sangre. ¿Quien no tiene un sueño, un anhelo, una esperanza? ¿Su fantasía o premio ansiado? ¿O el sentimiento de nostalgia de recuperar lo perdido? Los sueños son parte intrínseca de la naturaleza humana, una pincelada de color que va del rosa al gris, según los sentimientos que despierten: pasión, tristeza, soledad, ansia, alegría, esperanza, tranquilidad, emoción.

Digo esto porque soy un soñador, un alma que vive, desea y siente, espiritualidad apenas esbozada, recovecos de intranquilidad. Los sueños son hermosos, pero mucas veces están dotados de la hermosura melancólica de un cementerio las majestuosas ruinas de un antiguo palacio. Impresionan, emocionan e inundan los ojos, pero llenan el corazón de melancolía. Como los sueños.

Porque ninguna herida duele más que un sueño destrozado.