junio 29, 2006

Preludio a un adiós.

Te irás. Mientras escribo estas líneas sé que te irás y se abrirá un abismo entre los dos. Sé que es cuestión de tiempo hasta que llegue esta tarde fatídica cuando me digas que te tienes que marchar; puede que no sean días, que no sean semanas, incluso puede que ni siquiera sea un puñado de meses, pero te irás; es inevitable, lo confesaste de tus labios, en el fondo lo quieres, quieres irte, lo necesitas.

Las despedidas siempre duelen y no puedo prometerme que sepa enfrentarme a ése momento fatal, por eso prefiero, ahora, ya, dejar constancia de que sólo deseo que se retrase ese instante el mayor tiempo posible hasta que tengamos que conformarnos con la frialdad de un correo electrónico y alguna visita entre medias de alguna festividad. Pero yo no quiero un lazo hecho con media hora apresurada en torno a un café vienés. Yo quiero ver tu sonrisa, quiero que me mires con esos ojos que parecen jugar con las ideas y quiero oírte reír cuando me meto contigo. Quiero seguir pudiendo abrazarte y tirarte del pelo.

No quiero que me digas adiós.

Si tienes que despedirte, dime au revoir.