septiembre 16, 2006

Una y otra vez así borro tu nombre

Me gustan los cuentos de hadas; me gustan porque nada es lo que parece y todo acaba bien, y genial, y luminoso y maravilloso. Príncipe, princesa, doncella, rey, unicornio y caballo blanco. Todo es perfecto y los héroes acaban finalmente en su castillo viendo la puesta de sol, dándose un largo beso al crepúsculo moribundo y recordando las peripecias que les unirán para siempre.
Qué maravilloso suena, ¿verdad? Una hermosa colección de mentiras para envenenar mentes sensibles a la manipulación. Por eso se llaman cuentos. Porque son todo patrañas, pero nos tragamos el plato que da gusto a base de cuchara y cucharón. A régimen de fantasía e ilusión casi quebrada la mierda se nota menos. Al menos, hasta que el vaso deje de estar medio lleno o medio vacío porque sólo sean fragmentos afilados por el suelo.
¿Cuánta gente me odia ahora?
El poeta reconoce la derrota cuando se queda sin palabras. Mi silencio es el testimonio más claro de mi dolor. Ya he puesto versos a tu rostro y a tu nombre y a tu ser; poner versos a tu ausencia sería traicionar los recuerdos que me quedan de tí. Los comparto cada vez que acaricio tus palabras sobre el papel. Vuelvo a estrellarme contra la misma pared; distinta letra para la misma canción.
Cada vez que ahora me dicen adiós es para que me quede. Sí, es un gran paso... hacia atrás.
Callo. Pero no otorgo.