enero 01, 2006

Todo lo que un hombre puede ser

Se acabó el año 2005, un año agrio en muchos sentidos y que ha acabado con una explosión de surrealismo emocional que me ha dejado acabado, con el ánimo por los suelos y en general, sumergido en una espiral descendente de góticos sentimientos que me convierten en alguien ciertamente insoportable cuando me cogen con el momento en el que mi guardia está más baja.

No quiero que este post sea ningún reproche a nadie. No es una acusación, ni un despecho, ni un sarcasmo. Yo siempre digo que uno es lo que uno quiera y lo que los demás le dejen. En el fondo, poco importa quién seas cuando el mundo desea que seas otra persona. He creído que era darme un poco de justicia a mí mismo reflejando todo lo que he podido ser este año, todo lo que me han dicho o llamado, o cómo me han definido. Es impresionante la cantidad de impresiones que una sola persona puede dejar en todos los que le rodean.

Repito, que aunque hay muchas notas negativas, no es un reproche a nadie. De verdad. Pero hace poco leí en un blog (y le doy toda la razón a su autora) que era interesante hacer una introspección de sí mismo y reseñar todos los sentimientos y efectos que uno tenía y provocaba. En realidad, este post es como hacer un resumen de mí mismo; no cómo soy, sino cómo me han visto.

He sido un gordo hijo de puta, una persona muy especial, un hermano, perturbado, muy humano, un cielo, un maldito encanto, un capullo superficial de mirada sincera, el mejor amigo que una chica puede pedir, una gran persona, su pequeño, su aliado, su confidente, la voz en la distancia, un falso de quien te puedes fiar, un poeta desaliñado de versos hermosos, un adversario y tu mejor amigo, un romántico salido de su era, un soñador, un loco, un enfermo, un amor, un corazón que partiste en mil fragmentos, un gilipollas a quien ella no merece porque yo merezco algo mejor, un mal recuerdo que nunca querrá olvidar, su chiquitín y alguien con quien ella estaría sin dudarlo si ahora estuviera a mi lado, una persona banal, un interesado y un materialista al que nunca le importó lo material, la peor persona con quién puedes estar y la mejor compañía que podría pedir, un psicoanalista, inquisidor, un sueño, destripador social, un crío, un hombre, un hombre en cuerpo de crío, un crío de mente de hombre, un pijo y un agresivo pacífico como las ovejas, un pringado que siempre ha estado ahí y siempre estará, oscuro, misterioso y transparente, un hermoso cuento de hadas cuyo final fue como un trágico sainete enamorado de sueños intangibles que debe espabilar ya, un kleenex, otro kleenex, un hipócrita que jamás mentiría, un egocéntrico, un ególatra que siempre se ha preocupado por los demás antes que por sí mismo, un orgulloso con el que paso de estar y que no quiero que me abandone, una gran persona, un vago esforzado, con una personalidad frágil y fuerte, impulsivo y paciente, un dulce cáustico, ácido y agrio, un insoportable sin el que no hubiera podido aguantar más, un espejismo, un carabina, alguien mejor que ella, alguien peor que él, un compañero, un amigo, mi gran amigo, alguien a quien odio porque siempre ha tenido la razón, alguien que no tiene que darme explicaciones, que no le soporto, que le aprecio mucho, un mimoso, un áspero, un manipulador manipulado. Un narcisista con muy poco amor propio y menos autoestima, uno más, otro kleenex, alguien odioso, alguien encantador, un sentimental, un sensiblero, infantil, demasiado maduro, un seco, alguien muy guapo, un creído, un romanticón, un cabrón, alguien feo, un imbécil, un crédulo, un incrédulo, un escéptico, sufrido, quejica, amable, un maleducado con mucha educación. Tú. Yo.

Reflexiones en el cuarto oscuro

Los rasgados pedazos blancos de lo que fue un folio lleno de versos aún están frente a mí mientras escribo esto, con el sentimiento frustrante de que ni una triste cuarteta podría salir de mi pluma. He apagado la luz y sólo el tenue resplandor que emana de la pantalla del ordenador (al que le he proporcionado media hora de vida) ilumina mi cuarto. En la minicadena suena una canción japonesa de aroma zen y me pregunto quién será la cantante, tiene una voz preciosa.

Ni siquiera un maldito verso en condiciones sale de mi mano desde hace un tiempo y empiezo a temer que mi talento poético se haya acabado. Pluf. ¿Es posible que con diecinueve años ya no sea capaz de hacer de calidad? ¿Es posible que mi máximo apogeo en lo poético haya sido a los 16 años? Sólo de pensar eso me deprimo. Normalmente esos sentimientos eran alimento para la inspiración, y ahora me devano los sesos en vano mientras la muy guarra estará revolcándose con cualquier otro.

Mis sentimientos también están como ese folio blanco, rasgados y confusos en un montón condenado a irse a la papelera. Debería sentirme bien: es Navidad, he vuelto a ver a ciertas personas, me reúno con la familia, étc. Pero no, me siento fuera de lugar, bajo de ánimo y sin el impulso de hacer nada. Mi sonrisa es más falsa, y mi mirada vuela incierta sin atreverse a mirar a nadie a los ojos de la forma en que suele hacerlo. Ni un soneto, un breve madrigal, un intento de nocturno… Nada, la poesía ha muerto en mis manos. Sé que saldré a la calle y seguiré haciéndome preguntas y dándole vuelvas y vuelvas a estúpidas reflexiones mentales. Debería encerrarme aquí, en el cuarto oscuro y no volver a salir al arisco exterior. Lo que no conoces no puede asustarte.

La eterna respuesta

Como si una rémora se hubiera, codiciosa y lánguida, aferrado a mi espalda, el surrealismo emocional se ha engarzado en mis huesos y a ellos atado permanece. Hace apenas unos días que le confié a cierta persona mi certeza de que antes de fin de año volvería a sentir las heridas de las espinas de una rosa y no sólo no me equivoqué, sino que no pasó una semana antes de que recibiera de lleno y con toda su fuerza el mórbido escozor de las consabidas espinas; algo que resulta mucho más molesto si además, no tenía interés ninguno en aferrar la maldita rosa salvaje que se cruzó en mi camino. Debí haberla pisado y seguir mi camino sin ni siquiera pensar en su aroma.

No es de rosas a lo que venía hablar, pero recuerdo el incidente porque el suceso me hizo pensar en la eterna consecuencia de haberte clavado con unas espinas de rosa, una consecuencia que siempre las acompaña a mayores del escozor de las llagas, y es la cantidad de variopintas respuestas que siempre dan todos aquellos que ven tus heridas.

Y es que siempre te dicen lo mismo. Las mismas puñeteras excusas que sabes que no valen para nada, que estás harto de oír, pero que te siguen diciendo. Siempre hay alguien que dice un ‘no te merece’, ‘tú te mereces algo mejor’, ‘encontrarás a alguien que te quiera’, ‘pronto encontrarás alguien que realmente te valore’, ‘no ha sabido aprovechar lo que vales’… Toda una sarta de consuelos manidos que lo único que consiguen es que te sientas un fracasado y un gilipollas, que has perdido tu tiempo y que la mujer adecuada es la que tiene otro. Puta Ley de Murphy.

Pero si hay algo que realmente me saca de quicio son las respuestas que te dan ellas. ¡Eso sí que son excusas y consuelos de verdad! Para cortarse las venas, señores, pero al menos, con toda su hipocresía, sonrisas falsas y tono de compasión, son ligeramente más variadas, aunque igual de manidas. Las hay para todos los gustos y ocasiones, hasta el punto en que sorprende cómo una persona puede tener tanta mala ostia.

Una de las más comunes es también una de las más crueles: ‘dame tiempo para pensarlo.’ ¡Horror! Perded toda esperanza cuando os digan esta frase. Porque en vuestra inocencia concederéis ese tiempo, y entonces descubriréis cuánta paciencia puede echarle una mujer a las cosas que tiene que pensar, hasta que llegue el momento en que os desesperaréis y pediréis la maldita respuesta ya. Entonces dirán cualquier ñoñería cariñosa y ahí se abrá acabado la relación. Una variante bastante más cruel por su impacto y el sentimiento de idiotez que provoca es dejar pasar el tiempo, y cada vez que se pide la respuesta, dar largas, hasta que un día te invita a un café porque te quiere presentar a su nuevo novio. Digno de grandes corazones como Vlad Drácula o De Rais.

Pueden cortar de forma artística, mediante la letra de una canción. He visto más de un caso en que la frase de despedida era la letra de una canción de Merche que llegué a aborrecer: ‘No me pidas que sueñe contigo, no robes los besos de otro amor, sabes que te quiero como amigo, no pidas más amor (…), no quiero pensar que te perdido…’ Lo peor es que tales formas suelen darse de métodos tan románticos como un sms. Muy efectivo, sí. Con la sutileza de un martillazo en la sien y el romanticismo de los nabos.

Hay que mencionar también las frases que destacan por su carácter paradójico: ‘te dejo porque te quiero’, ‘es mejor que lo dejemos antes de que te enamores de mí’, ‘es mejor dejarlo ahora porque no quiero hacerte daño’ o ‘si siguiera contigo te haría sufrir’.
Dignas de mención tanto por su abundancia como por su cursilería, son las frases de consuelo y compasión en las que se mortifican y se echan toda la basura encima de una forma tan poética que uno no sabe si darle las gracias, o darle un bofetón. Son perlas como ‘no es culpa tuya, es que yo no supe quererte’, ‘te dejo, porque no te merezco’, ‘encontrarás a alguien que te quiera de verdad’ o ‘aunque hoy corte contigo, te deseo lo mejor porque te lo mereces.’ Una variante de estas frases son extremadamente agridulces, porque aunque son muy bonitas y son muy personales, no puedes más que sonreír agradecido mientras por dentro te sientes como si te hubieran pegado un puñetazo en tus partes respetables. Son frases como ‘sé que puedo confiar en ti porque eres mi mejor amigo’, ‘te quiero como a un hermano’ o ‘sé que tú siempre estarás ahí cuando necesite un amigo.’

Finalmente están esos brillantes que refulgen con luz propia, frases de una exquisitez tal que sólo destacan por poner en evidencia la gilipollez de la usuaria. Agárrense, que vienen curvas: ‘si las otras chicas se preocuparan de conocerte tanto como yo te conozco a tí, se enamorarían de ti.’ Lo que te lleva a pensar entonces porqué te ha dejado. O esta otra, no se la pierdan: ‘si yo ahora estuviera ahí contigo, no dudaría un solo momento en tenerte como pareja, porque eres excepcional’, lo que lleva a hacerte unas sutiles preguntas acerca de porqué entonces todo salió mal cuando estaba contigo.

Pero no se preocupen por esto, porque por muchas veces que le pase, siempre tendrán a su lado a un amigo o amiga que muy dulcemente, con una palmada en el hombro o un beso les dirá: ‘No te preocupes, en realidad no te merece.’ Lo que lleva a una última reflexión: si nadie me merece, ¿a quién merezco yo? ¿Quién yo no merezca?