junio 30, 2005

"Soneto de Otoño" de Charles Baudelaire

Me preguntan tus ojos, claros como el cristal:
“¿qué mérito has podido encontrar en mí, amado?”
Sé encantadora y calla. Mi corazón hastiado
necesita del simple candor casi animal.

No quiere descubrirte su secreto infernal,
mano acariciadora que al largo sueño invita,
ni a su legra leyenda que está con fuego escrita.
Ya temo a la pasión y el esprit me hace mal.

Amémonos en calma. Que amor en su garita,
tenebroso, emboscado, tiende el arco fatal.
Conozco los recursos de su viejo arsenal:

crimen, horror, locura. ¡Rosa que se marchita!,
¿no eres tú, como yo, también sol otoñal,
oh mi blanca, mi tierna, mi fría margarita?

Princesas (IV, y final): Fortaleza de cristal, eso eres tú

Cuando la conocí lo hice de una forma terriblemente estúpida. No puedo menos que echarme a reír del modo y lugar en que lo hice, de una forma que ninguno de los dos podemos entender. Como no, tuvo que ser a raíz de una apuesta que perdí con mi amigo Tano (¡Eh, por cierto, te echamos de menos!) lo que me llevó en ese momento a esa situación. Verdaderamente ése era el último lugar donde yo esperaría conocer una chica como esta, una verdadera joya de persona, lo puedo asegurar.

Ha sido muchas cosas para mí. Un apoyo, una aliada, una confidente, un amor, un sueño, una amiga, una musa… Nunca me he arrepentido de haberla conocido, todo lo contrario. Hemos tenido a veces nuestras pequeñas y grandes diferencias, pero siempre ha estado ahí. Cada uno sabemos muchos secretos del otro, incluso algunos algo… extraños. En cierto modo muchas veces he llegado a verla como una hermana. Me ganó para siempre como verdadero amigo, y eso aseguro que es más difícil que ganarme como enamorado. La distancia ha siempre sido el mayor enemigo de nuestros lazos. Muchas veces nos vimos relegados a una ausencia de contacto sin más que algún sms de cuando en cuando, o un toque al móvil. Recuerdo aún esas mañanas de verano, con ella y Alba allá, lejos, y Tano y yo aquí, intercambiando nuestras paranoias. ¿Aún te acuerdas, verdad?

La primera poesía que escribí para una chica y que fuera además dedicada a ella fue para este encanto de persona. Eso, para mí, fue algo importante, porque fue la primera poesía de amor, los primeros versos que realmente eran pensados para, hablaban de y fueron entregados como regalo a una persona, a una verdadera amiga. Lo que más guardo con cariño de ella son sus cartas. Jamás, e insisto, jamás, nadie me envió unas palabras tan hermosas. Ella, que siempre se infravalora, puede que no quiera admitirlo, pero las palabras más dulces, románticas, apasionadas… que jamás me han escrito son hasta ahora patrimonio exclusivo de sus manos.
Ahora que los días se transformaron en semanas, las semanas en meses y los meses se han ido transformando en años (¡Años! ¿Verdad que es increíble como pasa el tiempo?) se ha apagado la llama de una amistad que llegó a ser, posiblemente, la más intensa que yo he tenido nunca con excepción de cierta persona muy, muy, muy especial. No obstante, creo que aún nos recordamos con cariño, los buenos recuerdos son siempre agradables. Es difícil, ahora que cada uno lleva su vida por distintos caminos, dar marcha atrás y volver a la senda recorrida antaño, pero yo aún guardo la esperanza de que todo vuelva a ser al menos lo más parecido posible a lo que fue ayer.