octubre 09, 2005

Campos de Castilla

Castilla es una vasta extensión de tierra pardorrojiza, de grandes campos de trigo y maíz salpicados aquí y allá del verde moribundo de una encina o un escaso robledal, de pueblos agonizantes bajo un sol implacable, que arde en un cielo de matices grises y azules. Ni una brizna de brisa rompe la plomiza quietud del aire en callejuelas de aldeas donde el tiempo, como la vida, parece haber muerto.

Nada me inspira en esta desolada tierra, baldía y enjuta que resuena con los gañidos de quejosos ganados que a paso cansino cruzan campos de resecos matojos. No hay verso que por mi mano defina la soledad indefinible de su estéril existencia. No, mis palabras se ahogan bajo esos campos infernales, de soles lejanos como únicos y augustos Dios inmisericordes.

Todo lo contrario que las ciudades, como la tan hermosa Zamora, augusto paso del Duero, belleza anciana y de antiguos aromas de gloria. ¿Porqué entonces ese contraste con sus campos? ¿Es un retrato de la tierra dura y adusta, de lejanos castillos de piedra donde se encerraban sus señores sobre esos campos baldíos? ¿Es una burla en el rostro del sol, grandes ciudades grises de agujas de iglesias descollando sobre el plomizo discurrir de las nubes? ¿Cómo inspirar alegría al corazón esos campos de amargura y soledad? ¿Cómo...?