junio 23, 2005

La Maladie de la Raison: l'amour...

El amor es una espada de Damocles. Es una sensación ambigua y en éste caso, para variar, dolorosa. Porque sí, ya no aguanto más, creo que de verdad estoy enamorado. La ventaja es que al menos la dosis no ha sido tan grande como para que no me permita razonar, quizá el problema es que me deja razonar, pero no lo necesario, lo que casi es peor.

Y es que no hay manera de manejar el asunto (todo rumbo y manejo) que no sea cogiendo el rábano por las hojas, sólo que éste rábano tiene dientes y sabe usarlos. Y es que el amor en esta edad y de esta forma es algo extraño, que se mueve con miedo. Y yo, que presumo de poeta y de romántico me siento un idiota integral, completamente en blanco que no se atreve a hacer lo que debería.

Debería darme vergüenza; no se cómo puedo aún mirarle a la cara cuando me observo en el espejo. Débora me mira con cara ceñuda cuando me acuesto frente ella (y antes de que nadie piense mal Débora es el nombre de la vampira del póster que adorna mi habitación) y estoy seguro de que no volverá a sonreírme antes de que haga de una vez lo que mi corazón me pide. Tampoco volverán a alzar el vuelo mis dragones, ni Perseos ni Belerofontes blandir sus espadas ante quimeras y arpías. Dejarán de tocar las arpas y las flautas las hadas y los trasgos, y Loreley dejará de cantar desde su roca eterna a orillas del Rhin que baña la esquina de mi habitación.

Seamos sinceros, si ella mereciera la pena pase lo que pase no se cortarán los puentes que ya hemos tendido. Así que me hago una promesa. De aquí a una semana haré lo que tenga que hacer y que sea lo que Dios quiera.

"Siempre me voy a enamorar de quién de mí no se enamora..."

junio 19, 2005

Princesas (III): una zarza de plumas de cisne

Ella es completamente distinta a cualquier otra princesa de la que ella hablado. Seguramente porque he tenido una relación completamente diferente. Empezamos con mal pie en una noche extraña llena de principescas idioteces, una noche en la que nos bastó una mirada y una palabra para caermos mutuamente mal, con evidente triunfo. Obviamente, como pueden suponer, todo cambió.

Ahora que ha ido pasando el tiempo sigo sin saber qué llevó a esa transformación, pero no me arrepiento de ello. Que nadie se engañe que esto no ha sido un lecho de rosas. Lo he pasado mal por ella, y a causa de ella, y aún así valoro lo bueno que ella ofrece. Cierto, no es perfecta, pero sus defectos y sus virtudes es lo que hace que ella me caiga tan bien.

Habrá quien diga que no es sincera, o incluso que idealizo aquello que veo. Puede. Pero cuando necesité una palabra, ella me la dijo. Cuando necesité un abrazo, ella me lo ofreció. Cuando necesité consejo, me lo tendió. Aunque a partir de este mismo momento me mandara a la mierda... en estos momentos me siento en deuda con ella. Sí, y es que no aprendo. Acabo en deuda con la mitad de mis amistades.

En fin... Ella... Bueno, si lee esto supongo que sabrá que me refiero a ella, a ella y no a otra, aunque de no ser así me queda el consuelo de que sabe lo bien que pienso de ella. No queda tanto para que se abra un abismo entre los dos, y temo que poco a poco esto se pierda, pero así es la vida. Y no tengo poder para cambiar eso.

Como siempre, me quedan los recuerdos.

Y el futuro.