enero 26, 2006

Miedo al amor

Reconozcámoslo. La gente le tiene miedo al amor. Terror. Pánico. Oh, amor. Como quién viera la bicha, tocamos madera y eufemizamos los eufemismos. No hay más que ver la plétora de tonterías que creamos al tema.

El mundo le tiene terror a decir que le gusta o ama a tal o cual persona. El qué dirán, qué dirá y la absoluta convicción de que lo "nuestro" es imposible frenan cualquier intento de llegar a un entiendimiento. Se lo callan, especialmente las mujeres, y luego pasa lo que pasa, te enteras cuando estás a 340 km. de allí comiendo tranquilamente unos canelones gratinados. Y una semana después todo Cristo está diciendo que se veía venir, que es que no te enteras, que todos estábamos viendo que la rubia te quería llevar a la cama. Es entonces cuando les miras y piensas eso de... "pero si yo hablaba de la morena..."

Es igual que con las relaciones "de amor", importa un puto bledo que estén una semana, un mes, un año o un lustro. Nunca es "mi novi@", sino 'un rollo', un "amigo con derecho a roce", "mi amor platónico", "diversión para el fin de semana" o mi "mediometrosexual" (- ¿Tu mediometrosexual? - Tú espera a que se baje los pantalones)... La palabra novio o novia es un tabú irrompible. Dios, aparta de ahí, yo no quiero compromisos, yo quiero sexo duro y sin complejos, besitos y rollos y bailar en los pub, y si me quiero enrrollar con otra persona una noche, pues no pasa nada. Ni que seis años de relación fuera tanto.

Por supuesto, eso en el caso de las relaciones que se cuentan por meses y no por días, porque gente de 22 años que diga que una relación es larga cuando pasa del mes... Igual yo soy raro, pero me siento tan a gusto con mis relaciones que pasan de un año de duración... Ya sabes, es lo de siempre. La gente se aburre, siempre con la misma persona, qué asco. Tengo que cambiar. Oye, mira, que muy bien, te he entregado los mejores años de mi vida ("pero si sólo hemos estado dos semanas"), pero se acabó. Ayer me follé a tu mejor amigo y hoy tengo orgía con los macarras que te dieron de ostias la semana pasada porque uno me tocó el culo y lo le dije que le zoscaras. Adiós muy buenas.

Y ya no quiero hablar del sexo, campo de batalla donde los haya. Pero como muestra un botón. Un caso que me contaron, el típico chuletas de barrio megapijo de veinte años que se folla a una treceañera inocente que babea por él a las dos semanas de haberse enrollado por vez primera. ¿Creen que alguien mira raro o le llama asaltacunas? Y un jamón del vulgar, de los de Argal que sabe a plástico: le dicen, "por lo menos le habrás dicho te quiero, ¿no?" (dudas, diez minutos de pausa): "creo que sí, mientras me la mamaba."

enero 24, 2006

El Otro

Quiero hacer una reseña muy corta sobre una figura misteriosa que siempre aparece. Hace un tiempo había escrito en un blog donde colaboro (debería decir colaboraba, viendo cómo la web en el que se alojaba sigue caída en el espacio disforme) con otra persona, El Ruido y la Furia, una entrada titulada ‘El enemigo recurrente’. Realmente, escribiendo esto me encuentro con algo muy parecido y a la vez distinto. En esta ocasión, no se trata de mi enemigo, ni de un adversario insidioso que una y otra vez vuelve a atacarme. Sino que hablaré de El Otro, un misterioso ser que como una serpiente, repta y sisea antes de desaparecer algunas frases interesantes en el oído del incauto de turno, que de repente se cree que tiene la verdad absoluta sobre algo o alguien. Ese incauto es uno, luego dos, luego cinco, luego diez… Y siempre, esos extraños rumores se los ha dicho otro, alguien que nadie sabe quién cojones es, es otro. El Otro. Allá donde hiervan rumores y difamanaciones, allá estará el Otro, vomitando blasfemias y puñales como gotas de lluvia en una tormenta: abundantes y molestas. Siempre está en ninguna parte, siempre ha dicho algo a alguien, alguien que no recuerda quién se lo ha dicho, siempre se lo ha dicho otro, siempre se lo ha oído a otro, otro lo dijo.
Él.
El Otro.

enero 23, 2006

Manifiesto que: (por Raúl Rúa)

"Me gustaría poder manifestar grandes palabras y escribir de grandes hechos. Me gustaría poder decir que nunca me equivoco y lo que manifieste será recordado por las grandes palabras que describo. Me gustaría poder relatar hazañas y heroísmos, y reflejar que soy una gran persona. Me gustaría manifestar mi incólume pureza, mi grandeza de espíritu, la blancura de mi alma. Me gustaría poder mirarlos a todos con el desdén de los dioses y reírme de la Creación.

Me gustaría ser recordado de la misma forma que lo han sido los grandes héroes de antaño.

Pero no voy a manifestar nada de ello. No daré ningún gran discurso para nadie, ni ensalzaré las virtudes de héroes públicos o anónimos, ni labraré en el mármol incorruptible de lo sagrado oropeles inquebrantables por el gusano del tiempo. No haré nada de ello, porque no soy un héroe, ni soy nadie que deba ensalzar a nadie, ni yo soy puro e incorruptible, porque soy uno más. Manifiesto que soy un hombre, y ni siquiera sé si un buen hombre.

Manifiesto que no hablaré de grandezas ni milagros. No soy el más inteligente ni el más sabio, no soy un iluminado ni conozco el secreto de la paz interior. No creo ni en Buda ni en Alá y el Cielo es algo demasiado vago para mí, un tenue concepto nebuloso que está lejos del alcance de la mano. No tengo más poder que el poder de desear que pueda agarrar mis sueños tan sólo extendiendo la mano. No tengo el poder de hacer milagros ni conozco la divina belleza de la paz eterna. No, sólo soy un hombre más. Con sus anhelos, deseos, impulsos, su lado oscuro y su lado luminoso, su beldad y su horror, encarnado en dolor y sufrimiento y sonrisas y máscaras.

Manifiesto que necesito de la música para vivir, que la escucho a cada instante y cada acorde y cada canción sustituyen a los latidos de mi corazón, marcando el ritmo del día a día (a veces gris, a veces naranja, a veces rojo y a veces negro), del discurrir de semanas y meses, meses que se convierten en años y años que se convierten en polvo. Necesito de la música para marcar el ritmo de mi caminar. Tengo anhelos humanos porque reconozco que no controlo bien mis impulsos. Anhelo el tacto de unos labios de seda en mis labios y del calor de la piel femenina. me gustan las góticas, porque tienen 'algo' que me excita. Me gustan las minifaldas y las medias y las botas y me gusta que el cabello de la chica con la que camine agarrado del brazo huela a limpio y a recién lavado.

Me gusta sentirme bien conmigo mismo, y me gusta que los demás se sientan a mi lado a gusto. Tan a gusto como yo quiero sentirme con ellos. Me gusta estar por encima de los problemas y eso me lleva a estar por debajo. No tengo grandes hazañas de contar, soy una persona normal que siempre se enamora de sus amigas, y que no puede evitar fijarse en cada representante del bello sexo que pasa a su lado. Hoy he tenido un romance. Empezó en una parada del bus en el barrio del Puente y acabó cuando crucé la calle. Ella era hermosa, pelirroja y con ojos verdes impresionantes, y la miré y ella me miró y la intensidad de nuestras miradas cruzadas fue como hacer el amor con las mentes. Sus botas repiqueteaban graciosamente sobre la acera y me sonrió con sus dientes brillantes como perlas. Ella se detuvo en un portal y yo crucé la calle y nuestra separación resultó como una cuchillada: duele cuando retiran el cuchillo.

Manifiesto que como ahora, divago sin sentido y confieso ser culpable de confesar mi vida a quién me escuche. Confieso, además, que llamaré 'amor mío' a la primera que no me haga daño. Confieso, también, que me equivoco y me ciego y no soporto a quién me dice qué tengo que hacer.

Confieso que soy culpable de amar y de haber sido amado, culpable de haber roto tantos corazones como fragmentos hay del mío. Confieso y juro que no cometí ninguno de esos crímenes premeditadamente y confieso asímismo que hice lo que sentía en cada momento.

Me confieso culpable de manifestar que quiero vivir mi propia vida y no la que otros deseen para mí."

Por Raúl Rúa