julio 13, 2006

Mares de cristal

Hay una palabra hermosa que define perfectamente mi estado de ánimo. Rabia, nada más y nada menos. Rabia, primal, violenta, acechante, venenosa; rabia dotada de un aliento pestilente, rabia que hace hervir la sangre en mis venas y rabia que me tienta, susurrándome al oído, parfa que caiga en una espiral de destrucción incontrolada, violencia gratuíta cuyo único objetivo es saciar la sed de sangre de ese lado más oscuro del alma humana. Rabia, en cantidades ingentes, odio gangrenado, frustración, devastación a repartir por liquidación en forma abundante como la sal del mar.

No estoy mal, pero tampoco estoy bien. Estoy lleno de rabia; rabia porque parece que la gente, siempre seguirá rajando de mí, siempre tendrá un momento para apuñalarme por la espalda. Rabia, porque estoy harto de ser yo el que quede como el malo, harto de tener que ser yo quién se retracte. Harto de esa hipocresía pastelosa que me regalan. Harto, profundamente harto, de esas sonrisas falsas, de esas serpientes con tacones que me envenenan con ese beso mentiroso como sus miradas.

Harto de que la gente crea que puede mentirme a la cara, harto de tener que callar. Harto de que me traicionen, harto de que todo el mundo crea que puede darme consejos. Harto de que todo hijo de vecino sea el más listo, el más guapo, el más guay, el más todo. Harto de que días como hoy (aderezados con una semana previa de patetismo absoluto) salga todo torcido como pata de cabra.

Estoy hasta las narices de que me chuleen. Yo me pregunto de qué narices va la peña, en qué plan. Yo me pregunto qué pasa por esas mentes enfermas, por esos arrabales de sus conexiones neuronales, qué creen, qué están pensando cuando te miran. Estoy harto de que todo salga torcido, de que todo falle, de que al final siempre sea el mismo resultado. Estoy harto de perder en un juego en el que no pedí jugar y en el que no me dejan abandonar la partida.

Estoy harto de promesas que se pierden al amanecer, de frases de cortesía, de compromiso, de fría y glacial educación por no saber decir una verdad a tiempo. Estoy harto de que la gente se calle cuando le pido que hable, que vengan a mí de enterados, aireando misterios con los que tientan, que ofrecen, que luego se niegan a decir. Estoy harto de que todo el mundo crea que está en posesión de la verdad absoluta. Estoy harto de fantasías. Estoy harto de tanto orgullo vano, de ese exceso de confianza y de esa estupidez absoluta.

No soporto más otra despedida sin palabras, sin más que una mirada que dice "no te reconozco"; estoy harto de que tantos se comporten como si jamás hubiéramos sido nada. Estoy harto de que la gente se coloque sus propias vendas. Estoy harto de que me descalifiquen. Harto de que jueguen conmigo. Harto de que se rían de mí.

Estoy harto de que un par de imbéciles como ellos se crean muy superiores a mí. Estoy harto de que ahora me ignores y finjas que no ha pasado nada. Estoy harto de que vayan hablando de mí. Estoy harto de que me digan que no cojo las indirectas. Estoy harto de tener que regalar esquemas. Estoy harto de que la gente no tenga el valor de hablar de mí y lo haga a mis espaldas. Y sobre todo, estoy harto de controlarme. Pero ya he perdido la paciencia. El dique se desborda. Su pared está llena de grietas.

Me siento como un pez en aguas de cristal.

Y ya estoy harto.

Muy harto.