agosto 21, 2006

Poesía moderna

Violante ha cambiado el soneto por la felación.
Minifalda negra y chaqueta de cuero. Botas altas.
Multaron al pirata por mala conducción.
Un Ford negro tuneado, faldones y aspas
en las ruedas a cambio del viejo galeón.
En Granada ya no hay almohades llorando.
Ya no me queman por brujo. Me estafa el Estado.
En el Campo de Torneos no hay caballeros justando
(están todos en el INEM con el resto de parados).
Las Cantigas de Nuestra Señora de viejas romerías
-cuando Alfonso X aún creía en los milagros-
son ahora los rumores que cuentan en cafeterías.
Sigue siendo encantadora y calla (Baudelaire tenía razón).
El balcón de Julieta está lleno de hiedras.
Romeo pasa a buscarla liándose un cigarro.
Galatea no está viva; es una estatua de piedra
tomada por guardapolvo en un museo más bien caro.
No combatimos al infiel, pero pateamos al negro
por ser negro, matarile al maricón con bates en la mano.
El cortejo de los paladines es un atajo de pendejos.
A mi exnovia madrileña se la está tirando un cubano.
Como poema de amor, navajazo en el cuello.
Los estandartes del imperio son graffitis callejeros;
en los parques las bandas se reparten a dedo los barrios.
Como festejo de la victoria, vodka para el botellón;
me atracan junto a un 24 horas bajo un letrero de neón.
Don Quijote es policía y lleva en la camisa una mancha
de grasa y no logra recordar dónde se la hizo.
El padre de Manrique es inspector de Hacienda
y sólo cae bien cuando cae de un quinto piso.
El Templo es una discoteca donde nunca entro
porque Dios sólo pone salsa y reggaetón. Paciencia.
Orlando ya no está furioso por estar enamorado
y le han dedicado una ciudad en América.
El Dorado era un champú, me recuerda Ana Belén,
una experiencia totalmente orgánica.